jueves, 2 de abril de 2020

Corazón de Cristal – Capítulo Final:

“Hogar”




Si dar por sentado fuese un pecado, probablemente ya hubiese perdido mi alma. Era lo más seguro. Desde la edad en que me establecería en una relación (cerca de los treinta años), hasta el escalafón al cual quería alcanzar en lo profesional, la cantidad de hijos que quería tener, hasta cómo sería mi casa soñada, todo eso estaba planificado según mis expectativas.
Pero para mi sorpresa, heme aquí: Aún me encontraba a unos cuantos años de los treinta y ya estaba más que comprometida en una relación (aunque no con anillo ni esas cosas trilladas), no con algún médico ni con un enfermero, como pensé que iba a terminar. Sino con un hombre que en un principio fuera mi paciente, y que al día de hoy me había hecho crecer más que cualquier relación que haya tenido en un pasado.
No me había mudado a un cómodo loft en el centro de Port Angeles de estilo industrial, pero estaba más que enamorada de esa vieja casa que habían remodelado para mí las personas que se habían convertido en mi nueva familia. Tampoco había tenido los tres hijos que esperaba, y hasta ahora era uno de esos aspectos en mi lista de propósitos de vida que no me importaba que no se hubiesen cumplido aún. El tema me seguía incomodando demasiado en este punto de mi relación con Edward, simplemente no estábamos preparados para afrontar algo así juntos. Y el resto de mis puntos era intrascendente de allí en adelante.
No podía dejar de pensar en ello una mañana en la que permanecía con una caliente taza de té entre las manos mientras observaba a Winter corretear en mi patio trasero en el cual ya había una ligera capa de nieve cubriéndolo todo. Daba saltos, olfateaba el jardín mustio ahora por el frío, y retozaba en los copos que habían caído la noche anterior.
Una perra. En concreto: una huskie. No contaba con algo así en mi lista. Esperaba que en algún punto fuese un gato, porque era más práctico y menos dependiente. Perfecto para el estilo de vida que había creado para mí en el pasado. Era como si un extraño la hubiese dibujado y yo solo me hubiese limitado a darle el visto bueno e intentar cumplir con lo que esa persona, y la sociedad en líneas generales, esperaban de mí.
Sobre mis hombros reposaba una gran responsabilidad al encabezar junto con Carlisle la construcción de la fundación para chicos especiales en Forks. A veces resultaba en demasiado trabajo, pero por alguna razón nunca se había sentido realmente como un verdadero peso en mis hombros.
Abrí las puertas francesas de la casa y entré. El frío comenzaba a ser demasiado para mí, incluso con mis numerosas capas de prendas abrigadas. Lavé mi taza y luego estuve dando unas vueltas alrededor de la alacena y el refrigerador antes decidirme a hacer unos panqueques de desayuno. Edward no tardaría en despertar y lo más seguro es que despertara con el apetito de un oso.
Winter rasguñó el vidrio de las puertas, lo cual era un indicativo que ya estaba harta de jugar afuera o que estaba demasiado hambrienta. Y luego de un plato de su comida favorita, yacía estirada junto a la isla de la cocina en donde solía echarse justo al lado de las piernas de Edward. Era una especie de rutina doméstica que se había creado casi sin darnos cuenta, y lo amaba.
Las habilidades domésticas de Edward variaban con mayor o menor éxito, pero cuando se trataba de cocinar eran casi nulas. No lograba mantener el interés lo suficiente como para que las preparaciones no sufrieran al calor del fuego; y luego de unas cuantas comidas chamuscadas finalmente nos dimos por vencidos. Él tenía un montón de talentos, pero no frente a los fogones precisamente. A menos que habláramos de sándwiches, ahí no había quién le ganara. Luego de analizarlo un poco, llegué a la conclusión de que, como todo en su desarrollo, se trataba de algo muy sensorial. Él amaba ir construyendo algo que le resultara llamativo a sus sentidos: tocar la suavidad del pan y sentir lo fresco de los vegetales, deleitarse en los olores de su composición y finalmente saborear el conjunto de sabores y texturas.
De pronto, Winter se levantó de su lugar habitual y dos segundos después apareció Ed con muestras de sueño persistente en su cara. Se acercó hasta mí y depositó un casto beso en la comisura de mis labios a modo de saludo.
—Buen día, Bella. —Su aliento con olor a menta era como una caricia. Luego bostezó.
Le costaba un poco despertarse por completo en las mañanas. Era como si su cerebro trabajara a media máquina mientras que aceptaba con fastidio que ya era un nuevo día y que debía equipararse al ritmo de vida de su portador. En lo particular, a mí me parecía encantador ver a un ángel somnoliento por un ratito más, le confería un toque más juvenil. Y su precioso cabello cobrizo desaliñado medio domado por sus dedos, era la cosa más sexy que había visto alguna vez. Sí, estaba segura de tres cosas: La primera: Edward era inocentemente pecaminoso. (Y sí, sabía cuán contradictorio podía sonar eso). La segunda: una parte de mí y no sabía cuán dominante podía ser, se regodeaba en hacer caer en la tentación a ese ángel. Y la tercera: estaba absoluta e irrevocablemente enamorada de él. ¿Qué tal eso para una revelación matutina?
—Buenos días, dormilón. Hoy Winter no pudo esperar por ti. Alerta de spoilers: los jacintos que no habían muerto por el frío, hoy lo hicieron con su orina.
Un aire de pena cruzó su postro por un segundo.
—¡Oh! En serio quería fotografiar los que quedaban. Solo me faltaba la fotografía invernal para terminar mi colección de estaciones del jardín.
—Yo creo que si corres ahora y las riegas un poco, puedes salvar esa foto. ¡Date prisa!
—Pero quería ayudarte con el desayuno…
—Puedes hacerlo mañana, o mejor aún: me sacrificaré para que seas tú quien lave los trastes.
Me miró con extrañeza.
—Pero si tú odias lavarlos.
—Exactamente. Ahora ve a terminar tu colección.
Sonrió de medio lado y se retiró sin decir nada más. Nuestra hija adoptiva de cuatro patas siguió los pasos de su padre, abandonándome por completo. Al parecer alguien era en definitiva una niña de papi.
No tardé demasiado en calentar un par de bagels que Alice había hecho hacía un par de días y le habían quedado deliciosos, y como Edward los amaba y ella a él, nos había traído más que suficientes para una semana completa. Eso, y un cargamento absurdo de galletas de canela.
Se sentía un vacío enorme desde que se había mudado hacía ya hacía poco más de un mes atrás, sobre todo cuando Edward no pasaba las noches por acá, pero no podía negar cómo había florecido desde que se había mudado con Jasper. Sus ojos brillaban con emoción contando la última trastada que había hecho Charly o la última vez que su prometido casi había sufrido un ictus cuando la había encontrado subida a cualquier superficie haciendo alguna labor doméstica.
—¡Me niego en redondo a ser tratada como una frágil princesa! —se quejó en una ocasión en la que fuese nuestra antigua sala de estar.
—Pues lamento informarte, Al, que frágil o no ya eres tratada así por Jasper. Charly, Rose y tú lo son. Si no lo habías notado hasta ahora, es porque no tienes ojos en la cara.
Eso la hizo sonrojar un poco y cesar en un patético intento de queja.
Cuando Edward entró, desayunamos en la isla de la cocina y de allí nos movimos a la sala. Era la mañana de un sábado, y mientras yo aprovechaba para echarle un vistazo a los correos que tenía pendientes en mi bandeja, Edward revisaba los suyos y encontró algo que le había llamado la atención. Lo sabía por su cambio de postura. Al momento volteó a verme.
—¿Paso algo? —pregunté recelosa.
Asintió en silencio y me mostró su tableta. En ella Siobhan, su profesora de fotografía le estaba ofreciendo unas pasantías pagadas durante dos meses. Levanté la vista y la clavé en sus ojos que brillaban con una emoción que talvez él no sabía cómo demostrar. Lo que serían apenas un par de clases para ver si Edward estaba en realidad interesado en un hobbie que parecía gustarle, se convirtieron en clases formales, y poco a poco estaba avanzando en sus niveles correspondientes. Aún faltaba mucho por aprender, pero basados en las mismas palabras de su profesora: Edward tenía un ojo especial para la fotografía. Era algo nato.
Recuerdo bien que cuando ella me comentó aquello no pude resistirme a corregirla:
—Edward es una personal especial en cada cosa que hace. Sin importar si acierta o si falla, él siempre sabrá sacar un aprendizaje de todo. Y por extensión, el que lo rodea. Él es así de especial.
—¡Eso es fantástico, ángel! ¿Vas a aceptarlo? —respondí emocionada ante lo que eso representaba para él: independencia. Libertad de tomar sus propias decisiones lejos de quienes lo protegíamos todo el tiempo, lo cual no era necesariamente positivo.
Él asintió muy parco en sus gestos, pero con ese persistente brillo en los ojos que hablaba por sus emociones.
—Sí, lo haré. —luego clavé su mirada en mis ojos, como con la intensión de que pudiese comprender lo que con sus palabras no conseguía decir.
Iba a valerse por sí mismo sin importar los riesgos o las victorias, a todos debería hacerles frente de igual forma: por su propia mano. Se notaba que tenía incertidumbre, pero lo conocía lo suficiente como para saber que las ganas de hacer algo por lo cual se había apasionado tanto, superaba a cualquier otro escenario negativo que su lado más cauto le estuviese indicando.
*-*-*-*-*

Después de semejante noticia, ambos nos quedamos sin palabras por un instante. Pero no fue uno de esos momentos en que te quedas en silencio por incomodidad por no saber qué decir. En lo absoluto. Era más como un breve lapso de tiempo en el que parecíamos tan cómodos allí, en ese preciso lugar y circunstancias que las palabras estaban de más: con nuestra Winter echada a los pies dormitando, vestidos aún en pijamas y solo calzados con calcetines, sentados en la sala de estar en una casa que estábamos haciendo cada vez más y más nuestra.
Suspiré satisfecha mientras mis brazos envolvían mis piernas contra mi pecho, pero Edward se acercó un poco más y volvió su mirada al frente. Tenía algo que decir. Lo notaba por la posición menos relajada que acababa de adoptar en comparación a la que había tenido hacía apenas un instante atrás.
—¿Quieres decirme algo? —lo animé.
—Estoy cómodo aquí —empezó sin que pudiera entender hacia donde se dirigía con eso—. Cada día que paso aquí los espacios se me hacen más familiares; ya no la siento como una casa extraña.
—Eso es genial, ángel. —respondí conmovida. —No hay nada que desee más que hacer de esta casa una especie de refugio para nosotros. Uno en el que podamos tener más momentos como el de silencio que acabamos de tener. O unos que se llenen de música cuando desees tocar algo en tu piano —Sus magníficos ojos de tormenta se tiñeron con emoción antes de girarse al resto del espacio en el que permanecimos sentados. —. Puede que en esta modesta sala no quepa un Steinway And Sons como el de Rosalie o como el de tu casa, pero creo que podríamos conseguir algo que se adecúe a nosotros ¿No lo crees?
Edward pareció sospesar mi propuesta, supuse que para adecuar los detalles a la manera en que pudiese ser digerible para él. Pero estaba lejos de eso, y a su vez había acertado…
—Bella, dijiste una vez que esta era nuestra casa. —me corrigió muy serio.
—Así es. —asentí. —Me gusta verlo de esa manera.
—¿Y por qué acabas de referirte a la casa de mis padres como la mía? —sonaba más confundido que otra cosa.
Pero de igual manera procedí a explicarme lo mejor que pude:
—Fue la costumbre, Edward. Cómo aún pasas una buena parte de días y sigues teniendo una cantidad significativa de cosas allá, me sigue pareciendo tu hogar en cierta manera. ¿Tú no lo ves así?
—No. —fue tajante —Ya no. Antes sí.
—¿Y cómo ves las cosas ahora?
—Ahora deseo quedarme aquí contigo. —Mi corazón se paralizó un segundo, antes de retomar su latido, pero esta vez más rápido a causa de la emoción. —No me agrada despertarme sin ti a mi lado, y menos cuando Winter se queda aquí. Es extraño, sé que he vivido allá toda mi vida, pero siento que mi lugar ya no está allí, sino contigo. No me gusta llegar del estudio y saber que no te veré durante la tarde, o que solo estarás un par de horas como mucho antes de regresar aquí. —Me miró con una certeza absoluta cuando dijo las palabras que más esperaba oír: — Ya no quiero tener dos casas, Bella. Solo quiero formar un hogar contigo y con Winter, aquí contigo. Como una especie de familia propia.
No pude resistirme al deseo de abrazarle después de eso y hacer que nuestros labios colisionaran con ternura y emoción. Había fantaseado con este momento un millar de veces, pero aún se me vislumbraba lejano, pero una vez más él me había tomado por sorpresa tomando sus propias decisiones a su propio ritmo. Le daba casi todo el crédito al hecho de que Edward cada vez se sintiera más dueño de sí mismo desde que había comenzado en el estudio fotográfico de Siobhan, lo cual le había ayudado a desarrollar un deseo de independencia más grande del que él se pudo haber sentido capaz de tolerar años atrás.
Cuando separé nuestros labios, le sonreí con complicidad y acaricié su pómulo con las yemas de mis dedos con suma adoración antes de responderle:
—Vamos a por el resto de tus cosas, ángel. Traigámoslas a casa. —él sonrió son algo que solo puedo describir como emoción.
Y no era el único, estábamos dando pasos definitorios en nuestra relación; tomando compromisos que eran significativos pero este no era uno al que le temiera en absoluto. Vivir con Edward puede que no fuera fácil en un principio, quizás nunca, pero no por eso temería a las consecuencias de tomar una bendición que me fue otorgada de la que no sabía a ciencia cierta si era merecedora, pero ya no estaba en la labor de cuestionar a mi suerte.
Ambos nos pertenecíamos, y cada acción a partir de entonces solo serviría para afianzar la unión que teníamos. Así lo creía desde lo más profundo de mi ser.
*-*-*-*-*

El trato había sido cerrado, Embry nos aseguró un muy buen precio, en la opinión de Carlisle, por la propiedad, y de forma automática nos pusimos manos a la obra. Los permisos habían sido aprobados por la oficina principal de ingenieros del distrito; y la contratista de Eleazar y Benjamin, los amigos de los que Carlisle me había hablado hacía ya un tiempo atrás, nos presentó un proyecto increíble, ecológicamente sostenible y que no tomaría demasiado tiempo para ejecutarse si todo iba según lo planeado.
Así que allí estaba con Alice a un lado, mientras que el jefe de los Cullen cuestionaba a Eleazar con respecto a unos cambios en el plano digital en su tableta. Contemplábamos la extensión de la propiedad con ojo crítico, pero la emoción subyacente bajo la piel era innegable.
—Dime que no soy la única que tiene unas ganas casi irrefrenables de acercarme a ayudar a demoler a esos hombres que están allá adelante. —comentó Alice que apenas podía permanecer en su sitio. Sus pies parecían pelear con su mente en una disyuntiva entre quedarse a una distancia razonable y segura, o acercarse para como ella misma acaba de decir: ayudar con la demolición de partes que debían ser reformadas.
—Lo que quisiera poder saber es si tendremos complicaciones presupuestarias, si la reserva de emergencia logrará cubrir todo. O si…
—¡Basta! —me interrumpió con firmeza. —Tu lado previsivo me arruina el momento. Piensa que Eleazar y Benjamin son la mejor contratista en proyectos ecoamigables en todo el condado. El resto de preocupaciones déjalas para el momento en que surjan, tendrás a personas a tu lado para hacerle frente.
Y no podía cuestionar su lógica. Ya estábamos haciendo captación de personal, la cual por cierto estaba resultando todo un éxito. Teníamos al menos unos treinta candidatos para cubrir las necesidades especiales de la institución: profesores, terapeutas, pasantes de psicología y psiquiatría, personas para el mantenimiento de los espacios, personal administrativo, etc. Todo ello sin tomar en cuenta, la cantidad de padres y familiares de chicos especiales que habían escuchado hablar sobre el proyecto y que poco a poco se iba dando a conocer más entre los habitantes de Forks y sus alrededores.
—Tienes razón, Al. Solo debo asegurarme de vivir el presente. Lo demás lo enfrentaremos en su debido momento.
Juro que ella abandonó toda dignidad adulta y dio un par de brinquitos a mi lado y me abrazó por la cintura.
—¡Tu sueño se está haciendo realidad, Bells!
—Sí, apenas puedo creerlo. —respondí un poco abrumada por la emoción propia y la de ella misma que era contagiosa. —Poder crear un refugio para todos esos chicos que son normalmente son dejados de lado, es incluso más gratificante de lo que me había figurado.
Ella asintió de acuerdo a mi lado y señaló al padre de mi novio quien se veía complacido con lo que sea que le estuviese aclarando Eleazar.
—Eso sin contar con que de alguna manera has influido en la vida de todos los que te rodeamos. —La miré extrañada esperando su explicación, que no tardó en llegar: —No necesito explicarte cómo impactaste en la vida de Edward, Esme y Carlisle. Lo hiciste en la mía al alejar a aquella chica de servicio, y eso me trajo de alguna forma a esta familia, lo cuál me llevó a Jasper y Charlotte. Cambiaste la relación de Emmett con su hermano, y Rosalie llegó a la casa por tus sugerencias ¿Qué más pruebas necesitas? Sin ti, nada de esto se estuviera dando ahora.
—Nunca lo había visto de esa manera. Siempre asumí que la afortunada de encontrarlos había sido yo. —asumí con un nudo en la garganta y una sonrisa inmensa en los labios.
—Creo que todos lo somos. —sonrió satisfecha con su resolución.
Fue entonces cuando escuché aproximarse un automóvil, pero mi sorpresa no fue poco cuando de él se bajaron Edward y Siobhan. Ambos venían acompañados por un sonriente Liam y algún chico que no conocía en lo absoluto.
El menor de los Cullen se acercó hasta mí y depositó un beso en mis labios antes de contemplar todo con esa expresión estoica suya que dejaba a los que lo rodeaban preguntándose sobre sus verdaderos sentimientos.
—¿Qué haces aquí, ángel? —pregunté luego de haber saludado a los demás recién llegados que charlaban animadamente con Alice.
—Vinimos a fotografiar el comienzo de la construcción del centro. A papá le pareció buena idea. Le llamé de camino aquí.
—¿Se te ocurrió a ti? —musité aún más emocionada. Sabía que en algún momento ese nudo que tenía en la garganta se desataría haciendo de mí una especie de lío lloroso. Esperaba que no fuese delante todos aquellos extraños. Sería demasiado vergonzoso para mí.
—Sí. —asintió— Supuse que cuando finalizaran las reformas, ibas querer ver cuánto se había avanzado desde que soñaste con este proyecto hasta su culminación. —seguía con la mirada perdida al frente; incluso cuando lo que decía hablaba sobre algo tan personal. —Hablé con Siobhan y le pareció una idea magnífica. Amún es uno de mis compañeros en el estudio, es bueno con la fotografía de exteriores. Habla mucho, pero es un gran chico. —Estuve a punto de romper en risas en ese momento, pero pude controlarme por las visitas. —Y Liam es como una especie de asistente para Siobhan, además de que por alguna razón siente la necesidad de irrespetar su espacio personal constantemente.
Entonces no pude frenarlo, las carcajadas resonaron con fuerza en esa parte del proyecto y poco me importó si era poco femenino o descortés. Edward me había descolocado con su lógica práctica y honesta sobre las cosas. No me veía aburriéndome de eso en algún punto del futuro próximo. Él me miró extrañado por mi reacción desmedida. Cuando logré calmarme, le expliqué en un tono confidencial que no era cortés decir eso sobre sus acompañantes, pero él se mostró aún más confundido porque ya había compartido su manera de pensar con los presentes y ninguno se había ofendido. Eso me causó más risa aún.
El resto de los presentes se nos unió a la conversación para discutir sobre cómo procederían a tomar las fotos sin importunar al personal de construcción. Benjamín los llevó hacia las diferentes zonas, pero nos pidió a Alice y a mí permanecer afuera para no llevar a más personal del esencial para evitar riesgos de accidentes. Ambas les dejamos hacer tranquilos su labor.
Carlisle los saludó, pero se retiró porque una llamada de su asistente lo hizo tener que retirarse a la oficina antes de lo que tenía planeado.
Y cuando nos estábamos despidiendo de los acompañantes de Edward, lo llevé hacia un lado para hablar con él en privado.
—Gracias por este detalle. —le dije sentidamente después de haberle dado un casto beso en los labios. —Significa mucho para mí que hayas tenido la iniciativa de hacer esto por el centro.
Él me miró a los ojos con algo a lo que me costó ponerle nombre.
—Es tu sueño, Bella. Yo solo quise formar parte aunque solo sea de esta manera…
Tomé su rostro entre mis manos, para evitar que rehuyera la mirada.
—Y estarás en cada paso que dé porque esta idea surgió gracias a ti. Así que si quieres involucrarte mucho más, solo tienes que decírmelo. Muchos chicos se verán beneficiados gracias a que has tocado las vidas de muchas personas, entre esas yo. Así que ya ves, ángel, también eres alguien fundamental en todo este proyecto. 
Me dio una de sus pequeñas pero no menos deslumbrantes sonrisas antes de retirarse con quienes había llegado. Aún no culminaba su horario de trabajo en el estudio, así que nos veríamos en casa al finalizar la tarde.
Alice se acercó de nuevo a mi lado.
—Creo que nuestro trabajo aquí está hecho, Bella. Aún tenemos que llamar a la distribuidora de equipos para terapia ocupacional, necesitamos tomar una decisión sobre el mobiliario de oficinas, y no menos importante, tenemos cita en la tienda de novias a las cinco menos cuarto. —informó tan emocionada que era difícil no sonreí en respuesta.
Asentí antes de hablar y comenzar a caminar hasta mi todoterreno.
—Vamos. Todo por aquí está en buenas manos, y finalmente las cosas se echaron a andar. —lo dije en un sentido que no solo se refería a la institución para chicos especiales que ya empezaba materializarse, sino en una forma más global debido a lo que estábamos viviendo, pero no tenía ganas de hacer frente a tanto sentimentalismo a la vez.

*-*-*-*-*

Cuatro meses después:
Junio había llegado con una promesa de verano que se aproximaba, lo cual en Forks se limitaba a unos que otros días de sol ocasional. El musgo verde parecía tragarse casi cada elemento del bosque a esa altura del año, sin embargo eso no me molestó como en años anteriores. Por las mañanas Winter y yo salíamos a caminar en un apacible silencio que se habían vuelto mi momento de introspección favorito del día. Edward la sacaba pasear por las tardes al llegar del trabajo, o en su defecto, jugaba en el jardín hasta que alguno de los dos se rendía primero. Usualmente era él quien perdía el interés es tirarle la bola una y otra vez, o de forcejear con una especie de cadeneta súper resistente que la psicótica lobita amaba tironear.
Edward se había mudado completamente desde la casa de sus padres, y aunque para Esme había resultado más difícil que para nadie, siempre supo respetar los límites de nuestra relación. Podía ver la nostalgia en sus ojos cuando venía a visitarnos los fines de semana, o cuando traía alguna cosa deliciosa que hubiese cocinado con la excusa de ver a su hijo menor que tanto echaba de menos. A pesar de echarlo tanto de menos, la madre de Edward puso ver como su hijo había florecido como un hombre independiente y adulto. En ocasiones no había podido evitar mostrara su asombro a lo fácil que se había adaptado a neutra vida en pareja y a la laboral con Siobhan.
Amaba como cada uno de nuestros allegados notaba detalles en nuestra relación de los que no era consciente. Como por ejemplo Alice, que me hizo notar que cuando alguno de los dos fregaba los trastes, el otro se acercaba a ayudarle a secarlos o en su defecto iba recogiendo mecánicamente lo que estuviera fuera de su sitio. O como la vez que Emmett señaló que cuando alguno llegaba primero que otro a la casa, este le tenía una bebida caliente preparada. Las observaciones de Rosalie tampoco se hicieron esperar, al parecer ambos nos sentábamos lado a lado en completo silencio, pero poco a poco era inevitable que termináramos recostados hombro con hombro aunque estuviésemos ensimismados leyendo o conversando. Al parecer vivir juntos nos había compenetrado de una manera en la cual ni nosotros mismo estábamos al tanto.
De lo que si fui consciente era de que por las noches habíamos creado una especie de rutina post cena que me encantaba: Edward tocaba alrededor de una hora en el viejo piano vertical que habíamos logrado conseguir de la casa de una difunta anciana. Sus hijos estaban vendiendo las cosas de su casa por internet y así conseguimos aquella pieza de casi doscientos años d antigüedad que a ambos nos había encantado.
Nos había llevado algo de tiempo devolverle su antigua gloria, pero cuando por fin instalamos aquella modesta pieza negra laqueada, pareció como si nuestro hogar al fin estuvo completo. Así que por las noches, antes de irnos a nuestra habitación Edward me mostraba lo último en lo que estuviese trabajando con Rosalie o alguna canción que hubiese encontrado en internet y que llamase la atención.
Cuando al fin se cansaba de tocar, y si no estábamos tan cansados por nuestras obligaciones diarias, hacíamos el amor durante un buen rato. Él murmuraría a mi oído pequeños extractos de las canciones que hubiese tocado con anterioridad, o cualquier otra cosa que le pasara por su mente al calor del momento. Hasta que el ambiente se copara del sonido del compás de nuestros cuerpos al punto que las palabras sobraban.
Luego, si no nos vencía el cansancio postcoital, hablábamos sobre algo que quisiéramos hacer entre ambos ya fuese dentro o fuera de la casa. Los domingos se convirtieron en nuestro día de citas, y eso hacía que deseáramos que la semana pasara pronto. Alternábamos lo que queríamos ver cada uno con lo que nos provocaba como pareja. Y mientras íbamos construyendo la vida que queríamos, aquello solo pasó: Finalmente el bebé de Rose y Emmett llegó.

*.*.*.*.*

Emmett POV:

—¡Apenas puedo creer lo hermosa que quedó! —exclamó Rosalie emocionada cuando la llevé a ver cómo había quedado la habitación principal. En cierto punto de la remodelación, no quise que siguiera entrando ara poder sorprenderla con el resultado final. Aunque he de reconocer que ella podía ser una mujer muy astuta y en más de una ocasión se las arregló para obtener un vistazo robado.
Eme me había echado una mano con ello. Bueno, eso era simplificarlo; mi madre me había ayudado a elegir casi cada elemento para lograr la decoración que consideraba fuese perfecta para la madre de mi hijo, y ahora mi mujer. Dejé que me guiara cuando mi perspectiva de hombre práctico y simplista quería prevalecer sobre el estilo tan femenino de Rose, pero no di mi brazo a torcer cuando se trató de arte: Nada del estúpido y feo trabajo de Gerard para ningún rincón ni de esa habitación, o cualquier otra parte de la casa. Si Esme quería ver garabatos en colores horrendos, ya tenía suficientes en la suya propia.
A veces me imaginaba que en unos pocos años mi hijo me preguntaría con tierna inocencia sobre lo que serían aquellas malditas pinceladas sin sentido y tendría que responderle con honestidad:
—No lo sé, hijo. Alguna mierda fea que le gusta a tu abuela, o algo así. —También me pude imaginar a Rosalie golpeándome en la nuca por maldecir frente a nuestro bebé. Lo cual era muy probable que pasara con o sin arte abstracto en aquellas paredes.
Eso me trajo de vuelta al momento en que ella miró todo como si estuviese sorprendida de que le gustara cada lugar en donde posaba su vista. Luego se giró y me abrazó con fuerza en la medida en que su ya mucho más crecido vientre se lo permitió. Un movimiento contra mi abdomen me indicó que mi hijo estaba casi tan emocionado como su madre. Ambos tocamos el lugar queriendo prolongar esa sensación por un rato más. Puede que nos estuviéramos viendo con cara de tontos, pero eso era secundario. Para ambos este momento representaba más que una simple restauración de la vieja casa de ella; era más como la culminación de una serie de adversidades que habíamos tenido que sortear para llegar a este punto en el que no necesitamos decir nada más, porque nuestras miradas hablaban desde lo más profundo de cada uno y ahora nos sentíamos en paz. Yo no sentía la necesidad apremiante de saltar de cama en cama para tener intimidad con alguien, y Rose había terminado de pelearse con lo que ella esperaba hacía años atrás que fuese su vida, para reconciliarse con lo que entre ambos habíamos conseguido hasta ahora. Era distinto, sí, pero no por eso menos especial.
—Hasta ahora no lo había sentido tan inquieto como hoy. —musitó con una tierna sonrisa, entre tanto nuestras manos perseguían los valles y cumbres que nuestro mini me hacía cuando se estiraba contra la barrera de piel y líquido que lo estaba protegiendo.
—¿Crees que todo esté bien? —cuestioné porque desde aquel susto inicial con este bebé, solía perseguirme un miedo que nunca verbalizaba: que algo nos impidiera traerlo a nuestras vidas de una u otra manera.
Sonrió apacible, me tomó de la mano y nos condujo hasta la king size que se robaba el protagonismo en aquella alcoba pensada para ella desde las molduras de las paredes hasta la cantidad de hilos que tendrían sus sábanas. No es que algo de eso me importara en realidad antes, pero quería que para ella si lo hiciera. Deseaba demostrarle lo especial que se había vuelto para mí, hasta el punto de hacer trascendentales las cosas que un pasado no lo fueran.
Besó mi boca con una dulzura que contrastaba con la fuerza que despedía su personalidad fuerte, y no fui capaz de resistirme por el simple hecho de que no quería. Poco a poco las prendas de ropa nos fueron estorbando, así que las retiramos de nuestro camino pero esta vez, a diferencia de la primera vez que habíamos estado juntos, lo hicimos sin ninguna prisa. Teníamos un montón de tiempo por delante para hacerlo con desesperación, pero en ese momento teníamos algo que cuidar.
Así que aunque fuese con suma lentitud, sentir su espalda pegada a mi pecho mientras que me hundía en su interior, se sentía lo más cercano a la perfección que alguna vez hubiese estado antes. Una de mis manos se paseaba codiciosa por las curvas de su costado mientras que con la otra giraba su cuello lo suficiente para tener acceso a sus labios para recrearme con la sedosidad húmeda de ellos.
Amaba cada cambio que el proceso de gestación había hecho en su cuerpo, su piel brillaba de una manera que no podría explicar aunque quisiera, sus pechos se habían hecho más grandes con el pasar del tiempo, y su vientre redondeado se me hacía más hermoso con cada mirada que posaba en él.
Dejé que mis labios viajaran desde su boca hasta cuello, no sin antes deleitarme en la suavidad de la cortina dorada que tenía por cabellera; la cual tuve que retirar para poder besar el área hasta el de sus hombros. Me esforcé en controlarme más que nunca para no acelerar las embestidas, pero sí las hice más profundas.
Un gemido escapó de su boca y supe que iba por buen camino. Tomé el muslo que estaba encima desde su rodilla y la abrí para entrar, si es que eso era posible, aún más. Luego dejé que mi mano descendiera con delicadeza por el interior hasta llegar a su entrepierna para acariciar ese punto. Su columna se curvó haciendo que nuestras pelvis encajaran mejor y unas de sus manos se prendió a mi nuca, y ya no pude prolongarlo más desde ese punto. Jadeaba con fuerza a un lado de su oído y ella se tensó antes de desmadejarse en un gemido largo mientras que con su parte inferior me apretaba tan fuerte que no tardé en seguirla de forma casi inmediata.
Rosalie y yo nos habíamos acostado en poco más de un par de ocasiones porque entre culminar las remodelaciones a tiempo, el bufete cada vez más copado de trabajo, las lecciones de Edward, cuidar a Charlotte y últimamente a eso se le había sumado la planificación de la boda de Alice. Todo eso nos dejaba sin mucho margen para poder tener la intimidad que nos habría encantado tener desde que decidimos estar juntos, o para cuando teníamos el tiempo ambos caíamos muertos en la cama las noches que pasaba en aquella casa.
Y de todas esas veces esta era la que sentía había sido más especial. Nos quedamos pegados de espaldas por un buen rato más. Continué repartiendo caricias por su costado pero esta vez me permitía prodigarlas mientras observaba todo con detenimiento. Sus pezones se habían vuelto a un rosa mucho más oscuro y la areola se estaba haciendo más grande. Pasé las yemas de los dedos con una delicadeza de la que me creía incapaz por la curvatura de su vientre sintiendo los movimientos de la vida que habíamos creado y haciéndola estremecerse a ella en el proceso. Deposité un tierno beso en su mejilla mientras que la abrazaba con devoción.
¡Mierda! Amaba a esta mujer como no creía que podría querer a nadie. Hasta ahora había pensado en un par de ocasiones que había estado enamorado, y había peleado con este sentimiento todo lo que pude para no aceptarlo, pero debí haber sabido que con ella nada se hacía como normalmente lo haría, y que cuando cayera por ella lo haría sin cuerdas que me atraparan. Y aquí estaba: enamorado hasta las trancas y con ganas de afrontar a su lado lo que sea que nos viniera de aquí en adelante. No concebía un futuro distinto.

*-*-*-*-*

—Despacio, princesa. Esa cucharada de helado es más grande que tu cabeza. —le dije a Charlotte mientras retenía su manito con una de las mías. —Si te comes eso vas a tener cerebro congelado en un momento.
Aquellos grandes ojitos tan parecidos a los de su tía me miraron intentando decidir si mis palabras la convencían, al final tomó poco a tomo el contenido de aquella magistral montaña de helado con “nubecita” como a ella le gustaba decirle a la crema batida. Rosalie se inclinaba para limpiar cada gota que amenazaba con ensuciar su vestido de flamingos rosas.
Habíamos decidido salir a comprar lo que faltaba para recibir al bebé y en la vía acordamos pasar por su sobrina para tomar un helado. He de decir que Charly se hizo de cualquier cosa menos de rogar con eso, y mucho menos después de la semana que había pasado: Resulta que su padre, desconfiando del médico que estaba llevando su caso en el hospital de Port Angeles, buscó una segunda y una tercera opinión sobre la condición de Charlotte. Al final resultó que no era cretinismo, pero sí una especie de alteración en la hormona del crecimiento. Así que la refirieron a un especialista en el tema en Seattle el cual le prescribió un tratamiento que sería monitoreado a través de un colega suyo en Tacoma. Y si todo ese recorrido le sumas que la nena tenía que recibir una serie de inyecciones, solo podías sentir unas ganas irrefrenables de verla sonreír todo lo que pudieras porque sería un tratamiento largo y no muy agradable para una nena tan pequeña.
Desde que me había enterado de esa situación me encontré rezando por las noches a una deidad que había dejado de lado desde hacía muchísimo tiempo para que mi hijo naciera sano y salvo. No sabía cómo enfrentaría algo así. Entonces admiré la entereza con la que Jasper enfrentó la situación; aunque no se lo diría porque ambos éramos bastardos orgullosos.
—Memet ¿Por qué tomas café y helado? —Charly me señaló con su cubierto. —Eso es raro.
—Mis rarezas me hacen especial, princesa. —eso hizo reír sonoramente a Rosalie.
—¡Eres tan engreído! —respondió antes de tomar un bocado de su cono con sorbete de coco. Sin lácteos, porque al parecer eso era una especie de veneno para los médicos de ahora. No entendía eso.
—¡Es así! —aseguré— Mira a tu tía, Charly. Es la mujer más hermosa en todo Washington. Una completa rareza. —Deposité un beso en sus labios ahora fríos. Me encantó la sensación, y me apunté la información para utilizarla en situaciones más íntimas e interesantes
—Qué lambiscón ¡Por Dios! —puso sus ojos en blanco pero la sonrisa en sus labios me indicó lo mucho que le gustaban mis palabras.
—Así como tú eres la niña más tierna y hermosa de todas. —señalé a la nena que me miraba detrás de una copa de helado mucho más grande de lo recomendable para una niña de su edad.
—¿Es porque soy peteña? —cuestionó antes de tomar una cucharada más. No había pena en su tono de voz, solo la curiosidad que nace inocencia propia de un niño de su edad.
—Puede ser. Todos los niños son adorables porque son pequeños, pero no he conocido a una niña como tú.
—¿Y cuándo crezca ya no lo seré? —entonces sí pareció mortificada, lo que me causó aún más ternura. Ella no cuestionaba si iba a crecer o no, ella ya lo daba por hecho y me enamoré aún más de la inocencia de esa niña. Mi hijo sería mi prioridad y aún sin nacer ya sabía que lo amaba con locura; pero eso no cambiaría el hecho de lo especial que Charlotte se había convertido para mí. Sin duda ella había sido la mejor transición que pude haber tenido en este proceso de paternidad.
—¡Claro que sí, Charly! —se apresuró a responder su tía. Tocó los rizos rubios y luego su mejillita regordeta. —Serás más hermosa aún. Los chicos se volverán locos…
—De tanto que los vamos a golpear. —completé antes de tomar un sorbo de mi affogato.
—¡Emmett! —me riñó Rose.
Me encogí de hombros.
—¿Qué dijo Memet, tita? —preguntó Charlotte con la boca llena.
—Nada, amor. No dijo nada. Mejor vamos a limpiar esa pequeña gota de tu barbilla. —respondió la amorosa tía.
—Pregúntale a tu hermano si no me crees. Y yo lo apoyaré, pero él nunca lo sabrá. —murmuré por lo bajo. De reojo vi que los hombros de Rose se estremecían un poco mientras que negaba con la cabeza.

*-*-*-*-*

Dejé la camioneta a las afueras del garaje esa misma noche. Debía irme a la casa de mis padres porque a primera hora de la mañana tenía una reunión importante con uno de nuestros mejores clientes en el bufete. Así que ayudé a Rosalie a subir las escaleras de la entrada de su casa, le ayudé a tomar una ducha porque estaba cansada por el maratón de compras y el posterior paseo con Charly; así que aunque tuve cierta incomodidad en mi pantalón, me limité a mimarla en la bañera, luego a secarla y vestirle.
—¿Quieres que te prepare algún bocadillo antes de irme? —le pregunté mientras acomodaba a un costado de la habitación los almohadones decorativos de la cama.
—No. —negó—Sigo aún llena desde la tarde. Solo quiero dormir ¿Té irás ya?
—Sí, Rose. Nuestro cliente más importante llegó ayer desde Edimburgo y necesitamos arreglar unos detalles sobre el traspaso de propiedades que le hará a su hijo mayor.
—¿Es el dueño de la compañía naviera? ¿Es el hijo que emprendió con el e-comerce? —Me encantó que recordara nuestras conversaciones incluso no tenían nada que ver con nosotros.
—Ese mismo. —le sonreí. Caminé hasta que llegué a su lado y deposité un beso en su comisura. No me atreví a profundizar más porque nos conocía muy bien y sabía a lo que podían llevarnos unos besos en los que profundizara aunque fuera un poco. —Descansa. Llámame por cualquier cosa que necesites. —Un breve vistazo de nostalgia invadió su mirada por un segundo pero de inmediato se transformó en calidez, por lo cual asumí que se trataba de lo mismo que yo había tratado de evitar con el beso.
Manejé con cuidado, pensando en las palabras que una vez ella me había dicho antes de despedirnos: “Ya no eres solo tú, tienes a personas esperando por verte llegar sano y salvo. Es tu obligación cuidarte”. Cada vez que conducía, no podía evitar que ese recuerdo viniera mi mente una y otra vez.
Ya estando en mi cama, con un brazo detrás de mi cabeza no podía dejar de pensar en los cambios que se habían ido dando alrededor de este último año: Edward y Bella finalmente así como Jasper y Alice, estos últimos se habían comprometido y su boda estaba a la vuelta de la esquina; concretamente a mediados de verano. Rose y yo nos preparábamos para la llegada de nuestro hijo poco tiempo después del matrimonio, además ahora estábamos juntos por fin. Pero por alguna razón algo no me daba esa sensación de plenitud que sabía que podía alcanzar. Lo sabía porque cuando estaba con mi muy embarazada novia, no necesitaba nada más.
Sabía que la relación se estaba cimentando aún, así que el matrimonio estaba fuera de la ecuación. Necesitaría conseguir un lugar cercano a su casa para poder estar disponible por cualquier eventualidad, además después del nacimiento tendría que estar casi que en su casa porque necesitaría toda la ayuda posible. Y más importante aún, yo quería dársela. Sí, en definitiva iba a necesitar un lugar en su misma calle. Utilizaría a cada conocido que tuviera para ello.
*-*-*-*-*

Una reunión y un desayuno que dejaba mucho que desear en cuanto a sabor, llamé a Rosalie:
—Buenos días, preciosas. Buenos días. —seguía tecleando en la computadora mientras hablaba con ella ¿Cuántas veces tenía que sacar al mismo idiota de la cárcel por manejar bajo los efectos del alcohol? Esta no sería fácil, en lo absoluto. Tendría que llamar a Henry Roswell como un favor personal. Podría tener el dinero que quisiera, pero este era un delito reiterativo al que no parecía prestarle atención y mis contactos en los distintos juzgados del condado comenzaban a recordármelo. Por otro lado, Roswell podría utilizar un poco más de sus conexiones como fiscal del distrito. —Lamento llamar hasta ahora. La reunión se prolongó más de lo esperado.
—Tranquilo —respondió ella siendo comprensiva. —. He pasado la mañana ocupada.
—¿Cómo que ocupada? Rose, recuerda que no puedes excederte. —me apreté el puente de la nariz. —Por favor, dime que no estuviste levantando nada pesado.
—¿La lavadora califica como algo pesado? No me lo pareció…
—¡¿Qué?! —grité al teléfono. Unas carcajadas resonaros desde el otro lado de la línea haciéndome sentir como un completo idiota. —No fue gracioso.
—Habla por ti, amigo. Yo me sigo riendo.
Y hablaba en serio la muy descarada, pero no podía enfurruñarme con ella, su risa me robó a su vez una a mí.
—Ya en serio, ¿Qué te parece si salimos a cenar esta noche? Edward me habló de un café francés que abrieron y es bastante bueno ¿Qué te parece?
—Sé cuál es, el otro día habló sin cesar del lugar. Me dio curiosidad y fui a por un croissant. Puede o no que haya salido de allí con cinco de ellos y un Croque Madame.
—¿Le dijiste eso a la nutricionista? —dije medio en broma.
—Por supuesto, la llamé justo antes de comprarlos y luego de nuevo cuando iba a comérmelos en compañía de mi buen amigo netflix. —Lancé una risotada por su insolencia. Me encantaba que no se amilanara ante nadie o ante mí.
—Espero que él se comiera la mayoría.
—No. En lo absoluto, pero en mi defensa he de decir que los racioné durante unos cuantos desayunos.
—Ninguno que yo hubiese tenido en estos días.
—Tampoco, pero has sido ridículamente insistente en desayunar en distintos sitios cada que amaneces en casa. —luego se apresuró a corregirse. —En la casa.
Lo dejé pasar y procedí a comentarle mis planes sobre conseguir algo cerca. La casa de mis padres estaba a media hora de la suya en automóvil. Quería algo que me permitiera llegar en diez minutos como mucho a pie. Respondió tras un momento de consideración. 
—Me parece buena idea. Sobre todo después de anoche. —respondió cautelosa. Dejé de teclear de ipso facto.
—¿Qué pasó anoche? —puede que mi tono fuese más duro de lo que esperaba, pero en serio sentí como si algo helado hubiese recorrido mi columna vertebral apenas ella había terminado esa frase.
—Sentí por primera vez las Braxton Hicks.
—¡¿Por qué no me llamaste?! —le recriminé.
—Tranquilo. Llamé al doctor Gerandy y me dijo que todo estaba bien. Que era normal después del segundo trimestre. De hecho, hay mujeres que las experimentan antes que yo. No fue nada doloroso, solo algo incómodo.
Me recosté de la silla respirando con alivio. Debería buscar ese lugar lo más pronto posible, esta vez podía no ser nada pero no quería correr el riesgo de que ocurriera algo mucho más serio y no estar cerca para poder ayudarla.
—¿Estás segura de que no hay nada mal con el bebé?
—Tranquilo, Em. Todo está muy bien, no te preocupes.
—La búsqueda de casa deberá adelantarse. Te llamaré en un rato, necesito hacer un par de llamadas. —Paso por ti a las ocho ¿Te parece bien?
—Estaré lista. —aceptó conforme.
—Los amo. —dije esperando suavizar lo neurótico o ardido que pude haber sonado por la preocupación.
—Y nosotros a ti. —respondió con ternura.
*.*.*.*.*

—Estás bellísima. —comenté cuando abrí la puerta de mi SUV para ella.
Usaba un vestido largo veraniego de color melón con una chaqueta de mezclilla y unas sandalias bajas en color hueso que combinaba con su pequeña bolsa. Unas gafas de aviador sobre sus ojos y los labios de un apetecible color rosa fueron el toque final de su look. Besé sus labios, cerré su puerta, di la vuelta y nos conduje hasta el café.
Noisette estaba decorado con luces tenues que te hacían sentirte en un lugar íntimo. La anfitriona nos condujo hasta la parte exterior que se encontraba cercada por un arbusto vertical que aislaba el exterior. Unas románticas extensiones de luces pendían sobre nuestras cabezas. Ordenamos y mientras esperábamos que llegara la comida conversamos:
—Este es un lugar excelente para una primera cita. —comentó Rosalie admirando los detalles del local.
—¿El restaurante sueco estuvo muy mal? —pregunté. Luego ambos nos reímos de lo mal que lo pasamos aquella noche. Rose seguía con náuseas y al ver el primer plato casi vomita sobre el mesonero. Apenas me dio chance de pagar al camarero, terminamos la noche en su casa con pizza a delivery para mí y una ensalada de pollo a la parrilla para ella. —Que sepas que me quedé con ganas de probar esas raggmunks, se veían deliciosas.
—Lo siento —respondió honesta. —. Prometo que apenas deje de tenerle asco al cincuenta por ciento de la comida por el embarazo, podremos ir de nuevo allí y probarlas.
Apreté su mano por encima de la mesa y le guiñé un ojo.
—Excelente. Y hablando de cosas buenas… Adivina: ¡Encontré un lugar cerca de tu casa! —me respondí a mí mismo emocionado.
Rosalie sonrió, sin embargo la sonrisa no le llegó a ojos entonces supe que algo iba mal.
—Pensé que estarías feliz y aliviada de que estuviese cerca. —Me enderecé en la silla. —No quiero que lo veas como invasión a tu privacidad, pero quisiera estar en un lugar del que pudiera salir hacia la tuya a pie y no con un bosque en medio.
Rosalie se echó su larga melena ondulada sobre su hombro izquierdo y acarició sus puntas, así fue que me di cuenta de que estaba nerviosa además de inconforme.
—No es eso, Emmett.
—Pero algo es. Puedes decírmelo, Rose. Soy un chico grande.
—Es solo que arreglaste la casa y corriste con los gastos. Y luego de que estuviésemos juntos pensé que te irías a vivir conmigo, por lo menos mientras que llegué el bebé… —se detuvo de pronto como no sabiendo la forma en que quería explicar lo que sentía. —No me hagas caso. Es solo que saqué las cosas de contexto.
Los platos llegaron justo en ese momento y mientras la camarera servía a cada uno, no aparté la vista de aquella exuberante rubia que trataba de esconder su vulnerabilidad detrás de una estampa de falsa seguridad y actitud relajada. Cuando al fin la chica se retiró, extendí mi mano hacia ella para que me diera la suya.
—Rose, por favor. —rogué aún con la mano extendida. Ella tomó un respiro y aceptar mi gesto decidiendo ser valiente de una vez por todas. Si hubiese tenido más reparos en algo tan sencillo como esto no sabía cómo íbamos a sortear lo que se nos viniera en adelante. —Ahora dime lo que piensas.
—Quiero que te vayas a vivir conmigo. Sé que es pronto para nosotros, podrías dormir en la otra habitación de huéspedes, si quieres. Pero cuando estás allá me siento segura. —bajó la mirada rehuyendo mi mirada. —Anoche en serio me asusté. No sé cuántas veces me asomé en el baño para saber si sangraba.
—Así que no todo estaba bien. —no pude evitar el reproche que salió de mis labios. Suspiré dándome por vencido con este tema, no era como si quisiera hacerla sentir más incómoda. —Rosalie, si necesitas que esté contigo allí; así lo haré.
—¡Es que no quiero que todo sea por el bebé! —su respuesta tan directa me tomó un poco por sorpresa. —Siento que no estaríamos aquí si no fuera por el embarazo. ¡Dios, pensé que estos arranques hormonales ya habían quedado en el primer trimestre! —resopló y dio una orgullosa sacudida a su cabello como tratado de restarle importancia a lo que acababa de decirme.
Apreté su mano para llamar su atención.
—No te deseo por el bebé, no quiero tocarte todo el tiempo que estoy contigo, solo por el embarazo. No estaba obsesionado con conseguir un lugar cerca de ti solo para poder monitorearte por el niño. Quiero estar cerca de ti porque eso me da más tiempo de estar contigo sin tener que estar contando los minutos para irme, o preguntándome lo que me hace haría falta de quedarme contigo a pasar la noche. —De hecho, me puse de pie para agacharme justo a un lado de su silla para quedar frente a frente con ella antes de continuar con mi diatriba: —Corrijo: Si quisieras que estuviera solo contigo para ayudarte, estaría bien por mí. Pero si quieres que estemos como pareja, es aún mejor. Créeme, Rosalie, para mí no eres solo la mujer que carga a mi bebé. Eres mi novia, mi mujer y lo más bonito que tengo ahora entre manos para cuidar. —acaricié su mejilla y su barriga con mis manos. —Ambos son lo más importante que tengo en el mundo. Ambos.
Ella me sonrió conmovida ero se peleó seriamente con las lágrimas, hasta que ganó la pelea contra ellas. Decir que Rosalie era tenaz y fuerte era quedarse cortos.
—Quisiera seguir escuchándote decir más de esas cosas, pero las personas a nuestro alrededor comienzan a mirarnos con disimulo.
Lancé una risotada desvergonzada.
—A lo mejor creían que iba a pedir tu mano. —Rose abrió sus ojos con terror. Mentiría si digo que su expresión no me trajo un poco de calma.
—¿En público? Te mataría, luego de decirte que no porque apenas estamos decidiendo si nos iremos a vivir juntos. —volví a reírme en voz alta.
—Eso ya lo decidimos, cariño. El resto, ya lo hablaremos cuando toque. Ahora comamos, tengo la impresión de que ya nada está a la temperatura que debería. —comenté antes de volverme a mi silla.
En serio pude ver que alrededor de tres mesas nos daban miradas de soslayo, quizás esperando un espectáculo de llanto o de celebración. Pues esperarían sentados toda la noche.
Cuando terminamos nuestra fantástica velada, nos fuimos a su casa y próximamente la mía también para ayudar a acostarla. Luego volví a por unas cosas personales a casa de mis padres y volví a la suya. No volvería a dejarla sola ni una sola noche más si ella así lo quisiera.

*.*.*.*.*
Mudarse era fácil. Lo que había sido difícil fue decírselo a Esme que acababa de pasar hacía un par de meses por la separación de Edward y ahora yo volvería a dejarla, por segunda vez en mi vida. La abracé durante un largo rato antes de irme. Le aseguré que me extrañaría menos si recordaba la cantidad de veces que habíamos discutido por los horrendos cuadros que tenía de ese tal Gerard. Ella sonrió entre lágrimas. Si Carlisle no se hubiese quedado a su lado mientras me marchaba con el último grupo de cosas que necesitaba trasladar a donde Rose, probablemente me habría desmoronado allí mismo. Sin embargo, cuando iba a subirme a mi camioneta, miré al espejo retrovisor y miré el reguero húmedo que había en sus mejillas; entonces me devolví hacia ella y la atrapé en un último abrazo de oso al que atraje también a mi padre.
—¡Demonios, los amo demasiado! —dije con un nudo en la garganta que no había sentido cuando me había ido una primera vez. Había sido un jodido idiota en ese entonces.
—Tu madre y yo también lo hacemos, hijo. Ahora ve con Rosalie, sé el tipo que padre que siempre deseaste tener y el tipo de esposo en la intimidad que todo el mundo presume fuera de casa. —dijo Carlisle con los ojos llenos de emoción.
Aguanté todo lo que pude pero en medio de Callawah Way las lágrimas me ganaron la batalla. Era una mezcla extraña de nostalgia con emoción por que venía. Si hubiese sido alguien menos cobarde, les habría dicho a mis padres que eran todo cuanto esperaba tener en una relación de pareja, que Carlisle era mi ideal a aspirar tanto en lo personal como en lo profesional, y que Esme me había enseñado la manera en que se debía querer en una relación sana. Sin embargo, solo me limité a decirles que los amaba, dejando muchas cosas más por fuera.
Llegué al garaje y estacioné dentro, como cada vez que pasé la noche allí, pero esta vez sería muy distinto. Atravesé el estar y un delicioso olor de especias me atrajo hacia la cocina. Rosalie estaba de espaldas a mí revisando el contenido del horno, al no estar satisfecha con lo que estaba dentro, cerró la puerta de nuevo.
—Apuesto a que no nunca habías visto tan literal eso de “descalza, embarazada y en la cocina”. —bromeó Rosalie aún sin darse la vuelta, lo cual me pareció impresionante.
Le abracé desde atrás, acaricié con mimo su vientre a la vez que depositaba un beso en mejilla.
—Y nunca me había parecido tan atractivo. —lo último lo dije mientras apreté su trasero enfundado en unos pequeños shorts de jeans desgastados. En la parte de arriba llevaba una franela blanca que ella amaba llevar por casa cuando no esperaba a nadie. Me encantó verla así de cómoda conmigo, que tuviese la confianza de mostrarse sin tanta preparación. —¿Qué es eso que huele tan delicioso?
—Lasaña. Alice me compartió su receta, aunque yo le hice uno que otro cambio conociendo a mi hombre. Puede que haya puesto un poco más de queso mozzarella y parmesano del que me recomendaron.
—Hermosa, talentosa, amable y cocina delicioso ¡Me saqué la lotería! —grité hacia las alturas haciéndola reír. Luego giró un poco y se pegó contra mí de forma provocadora.
—Y eso que no has visto lo que tengo puesto debajo para darte la bienvenida oficial a casa.
Lo dicho: el maldito hombre más afortunado del mundo.

*-*-*-*-*

Un mes y medio después:
Iba de camino a casa, no sin antes recoger una orden de Noisette para la cena. Edward se encontraba con Rosalie en casa y esperaban con impaciencia lo que llevaba en el asiento de al lado. Y cuando hablaba de impaciencia me refería a mi hermano más que a nadie, había llamado en dos ocasiones para saber lo que me había retrasado. Y la verdad era que había tenido que ir a la oficina por algunos papeles que tendría que revisar este fin de semana con urgencia. Agradecí que el bosque evitara que algún mensaje o llamada entrara en el celular, había hablado con más que suficiente con mi asistente y con los clientes el día de hoy, eso sin contar con los socios y la asesoría que tuve que pedirle a Carlisle con respecto a una peliaguda impugnación de testamento. Agradecía que en un mes tendría mis vacaciones y podría pasar unas cuantas semanas sin tener que escuchar sobre cortes, documentos o demandas.
Apenas salí de la zona de espesa arboleda, mi celular se volvió loco con mensajes y notificaciones de llamadas perdidas, pero esperé hasta llegar a casa para revisar. Entré con la comida pro encontré todo demasiado tranquilo, en vez de inundada con la melodía del piano que solía invadir todo cuando Edward estaba aquí con Rose.
Tuve un mal presentimiento y revisé el teléfono: las llamadas eran de Edward, Bella y Carlisle. Y fue el mensaje de la novia de mi hermano el primero que abrí porque había sido el último de entrar.
“Rosalie está en labor de parto. Te llamamos cientos de veces, trajimos todo. Solo ven al hospital.”
Dejé las bolsas tiradas en algún sitio y salí como un maniático de vuelta al auto. Tenía la adrenalina corriéndome en la sangre a un ritmo vertiginoso, las manos eran controlables solo porque me estaba aferrando al volante de mi SUV. Y tenía un extraño latido en la cabeza producto de la de la tensión. Pero todo eso me importaba muy poco, porque el corazón también me andaba a una velocidad increíble ante la expectativa de lo que sería en un par de horas: me convertiría en padre.
De todas las veces que había estado con Rose, tenía que haber sido la noche en que llegaba un poco la tarde en la que ella se pusiera de parto. Entonces un miedo me recorrió la espina dorsal al recordar que ella apenas llegaría a las treinta y seis semanas pasado el fin de semana. Aceleré aún más y me estacioné en el primer puesto que estaba disponible en las afueras del hospital, pregunté por ella a la señora de recepción y salí en volandas hacia el piso sexto porque al parecer esa era el ala de embarazos. Encontré en el pasillo a mis padres pero seguí de largo hasta la habitación con el corazón con ganas de salírseme por la boca.
Rose se encontraba en una de esas típicas batas de hospital repleta de puntitos negros, en su dedo índice izquierdo un monitor de latidos y una coleta en la parte alta de su cabeza. Edward miraba desde los pies la cama como si no supiera qué hacer en esa situación, e Isabella se encontraba al lado de mi mujer indicándole como debía respirar en medio de una contracción. Cuando esta terminó, mi despampanante rubia se veía adolorida pero con un gesto de decisión en su rostro, el cual después se transformó en alivio en cuanto me vio.
Tomé una de sus manos entre ambas mías y deposité un beso en ellas y luego en sus labios.
—¿Cómo estás? —hablé con nuestras frentes casi pegadas. —¿Todo está bien con el bebé?  
Rosalie asintió y al fin pude respirar un poco en paz. Tomé asiento en una silla que estaba a su lado y recosté la frente de su cama.
—Me asusté tanto cuando leí el mensaje de Isabella. —admití.
—Lo siento mucho. —respondió mortificada mi especie de cuñada desde el otro lado de la cama de hospital.
—No es tu culpa. Es solo que esperaba estar para este momento, y justo cuando llego un poco retardado esto sucede. —respondí pata tranquilizarle.
Eso me llevó a girarme y mirar a mi hermano.
—¿Te asustaste demasiado? —mil y un escenarios nada agradables se me pasaron por la mente de camino acá. El más recurrente era que Ed sufriera una crisis de la impresión y que Rosalie se viera imposibilitada de pedir ayuda.
—En realidad es el mejor compañero de partos del mundo. Será un gran tío. —Rosalie se adelantó a contestar por mi hermano. Sabía que le estaba insuflando ánimo, aún en su condición, y la amé aún más por eso. —Llamó a Isabella para que nos trajera, me ayudó a poner cómoda en el sofá mientras la esperábamos y consiguió el bolso del hospital para mí. También ayudó a limpiar cuando rompí fuente. Siempre mantuvo la calma.
Volví a mirarlo a él para esperar su respuesta.
—Solo me sorprendió un poco cuando se le rompió la fuente. En un principio pensé que había sido orina, pero Rosalie al instante me lo aclaró. Y bueno… ya yo había leído un poco sobre bebés en internet, así que supe que teníamos suficiente tiempo para hacer las cosas bien. Me paré para darle un par de palmadas en la espalda a mi hermano.
—Gracias por todo. —vocalicé. Hasta ese momento fui consciente de que tanto mamá como papá nos observaban desde la puerta de la habitación. —Disculpen que no los saludé. Eso fue grosero.
Ambos le restaron importancia al asunto y seguimos hablando un buen rato sobre anécdotas de nacimientos. Edward interrumpía una que otra vez para contar sobre algo que le hubiese pasado en el trabajo, o sobre alguna tratada de Winter. Echaba un poco de menos a esa huskie medio extraña y ruidosa que se había ganado el corazón de todos nosotros. Me encantó ver la dinámica de Ed con Bella, lo afines que se les notaba y lo bien que le estaba haciendo el ser independiente. Incluso habló sobre conseguir un automóvil. No es que fuese fan de conducir, pero comenzaba a resentir el hecho de tener que esperar siempre porque alguien lo llevara. Sentí aún más orgullo si era posible por el hombre en que se había transformado; sabía por descontado que no lo habría logrado así pero eso no le restó importancia al hecho de que Edward era alguien que podría abrirse paso en la vida, incluso aunque no nos tuviera a su lado. Pero era una suerte que no tuviéramos que averiguarlo. Solo esperaba que si mi hijo tuviese un hermano, creara un vínculo de al menos la mitad de lo que yo quería a ese muchacho que antes solía ser taciturno e indefenso.
Jasper no se tardó en llegar, pero vino solo. Alice se había quedado en casa con una llorosa Charlotte que quería conocer a su primo, pero su papá no quería que pasara la noche en un hospital por lo cual se había venido solo. Los padres de ambos se encontraban en Florida, querían venir pero su hijo los convenció para que disfrutaran los cuatro días de viaje que aún les restaba para darle tiempo a Rosalie de acostumbrarse a su bebé. Puede que me haya caído mejor en ese momento, ya que apenas habíamos hablado un poco por video llamada a través del teléfono de Rose.
—¡Ahí viene otra! —se quejó ella y estranguló mi mano, pero apenas fui consciente de ello. Estaba demasiado ocupado en ayudarla a respirar y acariciándole la espalda; incluso cuando ella me culpaba de haberla metido en aquella situación, y posteriormente se disculpaba por haber sido tan odiosa. Sabía que en el momento del parto muchas mujeres se obstinaban de sus esposo y parejas por el dolor tan grande que experimentaban. Bien podía aguantar un fuerte agarrón de manos y comentarios rudos cuando la mujer a mi lado experimentaba como su vagina se expandía cada vez más sacar un melón donde con costo entraba algo del ancho de una ciruela.
Hora tras hora las contracciones se hicieron más seguidas y luego de siete horas de labor parto, la habitación se había vaciado de familiares y solo restábamos el personal médico y yo para recibir a nuestro hijo. Me había colocado uno de esos conjuntos desechables, un gorro y tapabocas quirúrgico, también desinfecté hasta mis brazos y solo entonces se me permitió sostener a Rosalie mientras pujaba con todas sus fuerzas.
—¡La cabeza está fuera! —anunció el doctor Gerandy con emoción. —en la próxima contracción puja con todas tus fuerzas, Rosalie.
Estaba seguro que tenía los antebrazos en carne viva por sus rasguños durante el momento en que hacía fuerza con todo su cuerpo para dar a luz a nuestro hijo, pero me limité a permanecer firme para que ella me usara como apoyo para terminar con la labor lo más pronto que pudiera. Habíamos visto decenas de videos de partos en sus distintos tipos de lugares mientras decidíamos cómo queríamos hacer todo esto, pero una cosa era ver a terceros que no conocíamos ni remotamente y otra muy distinta mirar a la mujer que amabas llorando por semejante sufrimiento y solo permanecer impávido a su lado porque poco más puedes hacer por ella.
—No creo que pueda, Emmett. Ya no creo tener fuerzas. —admitió mientras dejaba escapar un sollozo. Apreté los dientes con la frustración que nacía por no poder hacer más que darle ánimos.
—Solo espera, amor. Deja que tu cuerpo te ayude y luego puja con todas tus fuerzas. Agárrate de mis hombros si hace falta. —ella dejó escapar un par de sollozos más antes de que la siguiente contracción la hiciera estremecer, y como la mujer es la creación más impresionante de la madre naturaleza, Rosalie sacó fuerzas de donde no tenía y con un fuerte gruñido empujó hasta que un llanto repleto de indignación resonó en la habitación. Vi de reojo como el viejo doctor y el resto de personal médico se apresuró a atender al pequeño revoltoso que acababa de arribar a nuestro mundo.
—Eres la mejor y la más fuerte de todas, amor. Te amo. —le dije a Rosalie mientras la prodigaba de mimos mientras me lo permitieran. Ella yacía casi desmadejada sobre la cama jadeando aún por aire.
—¿Quieres cortar el cordón, papá? —preguntó Gerandy. Asentí y me tendió un par de pinzas. Entonces lo vi: incluso todo lleno de restos de sangre y líquido amniótico me pareció lo más bello que había visto en la vida. Él aún continuaba llorando indignado ¿Y quién no lo haría? Había pasado meses en un lugar cálido y suave para luego pasar horas tratando de salir por un pequeño canal para luego salir en un lugar frío y ruidoso donde una bola de desconsiderados eran incapaces de envolverle en una manta. Luego lo pusieron en una especie de sabana desechable y de allí a mis brazos y la presa se rompió.
Mis manos temblaban pero sabía que jamás lo dejaría caer, sus gritos ya no sonaban tan enojados, pero seguía resoplando. Levanté la mirada y vi a una Rosalie que sonreía en contrapunto al río húmedo que corría por sus mejillas. Puse a nuestro bebé entre sus brazos y como pude los abracé a ambos. Ella besó su mejilla regordeta y recorrió su carita con las yemas de sus dedos temblorosos de emoción. Me miró antes de decir en voz alta el nombre que nos había llevado más de dos meses decidir para él:
—Bienvenido, Elliot. Tu papá y yo moríamos por conocerte.
Y es en ese instante en el que entiendes que todo el dolor, las angustias o lo que fuera que te hubiese llevado hasta allí había valido la pena. Incluso a pesar de que sabías de que este nuevo camino estaba repleto de nuevos desafíos, pero eso era irrisorio en comparación a la plenitud de tener entre tus brazos a lo que le daba sentido a la vida: la familia.

*-*-*-*-*
Decir que todos afuera estaba emocionados sería simplificarlo demasiado: Esme y Jasper lloraron incluso más que yo cuando les anuncié que había sido un niño grande y robusto. Isabella y Carlisle se acercaron para darme un abrazo y felicitarme, el de papá duró un poco más porque además de felicitarme me dijo cuán orgulloso estaba de mí; y escuchar eso de quién básicamente era mi héroe fue la mejor sensación desde que había tenido desde que pude cargar a Elliot en brazos.
Edward por su parte permanecía de pie sin parecer seguro de lo que debía hacer. Lo atraje entre mis brazos incluso cuando trataba de evitarlo porque sabía que no le gustaba demasiado que entraran en su espacio personal, pero si había una ocasión especial para saltarme esa pequeña distancia era esa madrugada en la que ambos recibíamos a una personita más en la familia.
—Felicidades, ya eres tío. —apreté mi abrazo y luego me alejé. De inmediato se sintió más cómodo, pero me cuestionó.
—Rosalie dio a luz, es su mérito. —acotó.
—Sí, pero ayudaste a traer a Elliot al mundo sano y salvo, así que debes ser felicitado.
—¡Oh! —respondió aceptando mis palabras como una verdad absoluta. No pude evitar sonreírle con ternura. —Entonces gracias, hermano.
Todo se mostraron encantados con el nombre, y cuando se les permitió pasar empezó la segunda ronda de llanto; incluso Isabella que no lo había hecho afuera del cuarto, dejó escapar una que otra lágrima mientras arrullaba a mi hijo que parecía estar encantado de estar de brazo en brazo. No se me escapó la forma en que Edward le miró pero poco pude deducir parecía que se sentía curioso per a su vez, en paz. Como si la imagen le insuflara una esperanza lejana. Y en secreto esperé que mi hermano pudiera conseguir todo lo que deseara ya fuese un matrimonio con hijos una tranquila vida solo con Bella a su lado. Extendí una plegaria silenciosa para que Edward pudiera tener tanta luz en su vida, como la que había hecho llegar a la de muchos de nosotros que de alguna u otra manera estábamos aquí gracias a él.
Isabella se acercó hasta él, supongo que preguntándole si querría tomarlo entre sus brazos y eso hizo. Luego ocurrió lo impensable: Un Edward sobrepasado por lo que sea que estuviese pensando dejó escapar una lágrima. Me hubiese encantado podido saber lo que pasaba por la mente de mi hermano, porque estaba seguro que esos sentimientos no los comprendía muy bien ni él mismo.
*-*-*-*-*

Bella POV:
Había cargado niños pequeños y siempre me había causado en efecto inmediato de ternura que ellos trasmitían, pero no puedo negar el alivio que sentía cuando debía devolverlos casi al instante. De hecho, tener uno en brazos me inquietaba hasta niveles insospechados. Como si fuesen una especie de bomba a punto de explotar…o quizás la bomba sería yo ¿Quién podría saberlo?
Sin embargo, conociendo a los padres de este bebé y sabiendo todo lo que habían atravesado para llegar hasta acá, no sentía esa presión por dejarlo en su cuna o devolverlo a los brazos de sus padres. Por el contrario, no podía dejar de pensar de que en ese niño había un pedacito de Edward y que muy probablemente alguno que otro rasgo; eso me enterneció hasta lo inverosímil. Así que no me pude resistir a hacer lo que durante años pensé que solo eran cosas de personas que habían sido padres o desean serlo: lo arrullé por lo bajito. Tarareé una dulce melodía que me vino a la cabeza mientras lo movía con suavidad de lado a lado. Acaricié la carita de aquel bebé con suma delicadeza, hasta que de pronto me sentí observada y no me extrañó que fuese   Edward quien lo hacía.
Sabía que debía tener un montón de emociones en conflicto en su interior y debía estar tratando de digerirlas en ese instante pero en vez de dejarle comerse la cabeza me acerqué hasta su sitio y le entregué al bebé, luego me incliné sobre él y le susurré al oído:
—Para él, serás el mejor tío del mundo. Ya lo verás.
Me habría gustado que su mirada me dejara entender mejor lo que tenía en su interior, pero solo me dio esa cara de póquer que me frustraba en momentos tan trascendentales como este. Sin embargo, en un movimiento en lo absoluto esperado ese introspectivo joven tomó a su sobrino con la mayor delicadeza de la fue capaz con sus grandes manos y se llevó la cabecita hasta sus labios para depositar un tierno beso sobre su cabecita protegida con un gorrito azul.
Sentí como si mi corazón se contrajera de la emoción al presenciar esa escena. Seguía pensando con firmeza que aún no estábamos preparados para semejante responsabilidad, pero justo allí supe que lo estaríamos en algún momento y que entonces no me negaría a darle a Edward un hijo. Pero mientras, Elliot sería quien nos enseñara sobre lo necesitaríamos saber.
Emmett miraba a su hermano y parecía estar al borde de las lágrimas por lo que fuese que estuviera pasando por su cabeza.
—Será un gran tío, lo sabes ¿No? —él asintió aún conmovido. Desde que había salido estaba muy emocional, de hecho, no había podido evitar llorar un poco en los brazos de su padre. —Es probable que sea el cómplice de las trastadas del pequeño Elliot y no sea capaz de ponerle demasiado carácter, pero lo va a amar en esa manera tan suya que tiene, y aprenderá a protegerle. Ya lo verás. 
Asintió y se mantuvo en silencio hasta que las palabras escaparon de sus labios:
—He pensado un millón de veces sobre la posibilidad de que Elliot desarrollara autismo. Y lo que más me preocupaba era que no estuviese en la capacidad de afrontarlo así como por mucho tiempo fui un hermano ausente. Hoy sé que es probable que no sea el mejor, pero al menos no será porque no lo intente.
—Eso es todo lo que puedes hacer, Em. —Le di una ligera palmadita en el gran brazo que tenía. —Y cuando te sientas inseguro sobre cómo estás haciendo las cosas, date cuenta que es probable que alguien te esté llamando al teléfono a primera hora porque quiere verte, incluso aunque no te lo diga. Para él, ya eres el mejor.
Edward solía llamar cada mañana al amanecer a su hermano, a menos que trasnochara y se quedara dormido de tanto cansancio. Y era más que probable que fue Emmett el que llamara extrañado si él no lo hacía. Sabía de sobra que la relación de estos hermanos había sido casi nula durante años después de que el mayor de ellos se fuera a la universidad. Pero hoy, viendo en los hombres que se habían convertido, era difícil imaginarse que ambos pudiesen estar separados por mucho tiempo sin que le importara. La mirada de Em hablaba de adoración para con Edward, y la rutina matutina de ambos hablaba de lo fundamental que era en la vida de su hermano menor.
*-*-*-*-*

Alice entró en la sala de estar del loft que compartía con Jasper cargando el pequeño vestido de Charlotte en un tono que se asemejaba a esas hermosas fotografías de limonada rosa que salían en Pinterest. El lugar estaba lleno de las cosas del staff de maquillaje y peinado que Jas había contratado para nosotras ese día en especial.
Por un momento envidié a los hombres; ellos solo tendrían que bañarse, peinar sus cortos cabellos y vestirse. Nada más. Era algo que podían hacer máximo en quince minutos, que era lo que le tomaba a Edward estar listo por las mañanas, incluso aunque era un obseso con cada paso de su aseo personal. Nuestro proceso en cambio tomaba horas y no estaba exagerando. Faltaban unas escasas dos horas para la boda y aún faltaban Rosalie y Esme para maquillaje. Charlotte y yo estábamos en las respectivas sillas de los estilistas mientras acababan nuestros peinados, los cuales por cierto ignoraba por qué eran considerados como naturales mientras que ya había perdido la cuenta de cuantas horquillas habían entrado en mi cabeza o de la cantidad de spray fijador tenía en la cabeza. Podían decir lo que quisieran sobre el alcohol, pero por si a las moscas no estaría cerca de los fumadores durante la celebración.
Charlotte estaba sentada con una tableta en sus piernas que había sido un tranquilizante bastante efectivo mientras sus rizos dorados eran resaltados en una adorable trenza que se me asemejaba un poco a Elsa de Frozen. Tenía colocados solo una franelilla blanca a juego con una adorable panty de volantes, en sus piernas unas medias panty blancas y sus pequeños pies estaba calzados con unas hermosísimas zapatillas plateadas. En sus labios un sutil tinte labial rosa a juego con un poco de blush en sus mejillas. Su Alice como solía llamar a la ya pronto esposa de su padre, retiró el aparato electrónico y le ayudó a bajar de la silla después de terminar con su cabellera dorada tan propia de los Hale. Y hablando de dicha familia, Rose fue la próxima en conseguir ser peinada. Varias pulverizadas de spray después, dejé libre mi silla para Esme ocupara el lugar.
Alice; ya peinada y maquillada, se dirigió con la nena a una esquina y procedió a terminar de vestir a la niña, que parecía la viva estampa de una muñeca cuando terminaron con ella. Depositó un tierno beso en su mejillita después de que la pequeña dijera algo que la hizo reír con fuerza, luego la acercó hasta donde estábamos nosotras para obtener nuestros puntos de vista y sí que los obtuvo.
—¡Eres la muñeca más hermosa que haya visto jamás! —le comentó Rosalie a su sobrina que le sonreía orgullosa. luego le hizo señas a la pequeña para que se moviera a cierto punto hasta que estuvo satisfecha y le tomó un par de fotografías con su teléfono.
Elliot había recibido su buena cuota también, pero al ser tan pequeño vivir prácticamente durmiendo durante el día, apenas se dio cuenta de ello. Por cierto, sería el caballerito más hermoso presente en ese matrimonio con aquel pequeño tuxido con moñito incluido.
Esme la achuchó un rato y luego se dirigió hacia la punta del sofá en donde me encontraba viendo todo entretenida. Se paró delante de mí y dio dos vueltas sobre sí misma haciendo que su deslumbrante vestido con diminutos brillantes se ampliara hasta hacerla parecer una especie de nube de algodón de azúcar.
—¿Qué opinas, Bella? —me cuestionó. Fingí pensármelo un poco antes de responderle.
—Creo que solo un unicornio podría verse más bonito que tú hoy. Pero sé que no hay ninguno invitado así que solo serás tú quien deslumbre a todos. Charly se sentó a mi lado y me pidió que nos sacáramos una selfie y no sería yo quien le negara algo a esa criatura que nos había robado el corazón a todos.
Miré a la especie de nido en la que Elliot dormía profundamente muy cerca de donde estaba sentada, parecía tan ajeno al caos que lo rodeaba, con extraños que iban y venían por doquier. Los padres de Rosalie y Jasper habían pasado más temprano a saludar a Alice y a entregarle una especie de reliquia familiar que sería el algo prestado de su atuendo de boda. Cariñosos sí eran, muy apegados, no. Suponía que por eso aquel par de hermanos había encontrado en los Cullen una especie de familia más. Aunque es más de lo Alice podía decir, ya que los suyos no se dignaron tan siquiera a responderle a la invitación a la boda.
Entre Rosalie, Esme y yo ayudamos a vestir a la novia, y no fue una tarea sencilla. Cuando el traje había llegado no había tenido idea de por qué iba en una caja tan descomunal. Resulta que contenía el traje, los zapatos, el velo tipo blusher y hasta el liguero. Pero cuando terminamos de abrochar, cerrar cremalleras y colocar cada prenda en su sitio, el resultado no fue menos que magnífico. La delicada tiara entre los rizos que había sido creados de manera artística por la estilista dada el toque final, así con las discretas perlas entre su cabello. El estilo princesa hacía parecer a Al una especie de ninfa del bosque y el velo de corte modesto era el toque final. Amé participar en aquel ritual que nunca había podido presenciar de primera mano entre familiares, pero de alguna manera hizo que estas personas que eran mi familia escogida, algo mucho más valioso.
Esme usaba un soberbio traje largo verde esmeralda que se pegaba a sus curvas hasta la altura de las caderas. Rosalie en cambio se decantó por un corte imperio porque aún peleaba con algunas libras de más que le había dejado el paso de Elliot por su cuerpo hacía dos meses atrás. Y yo, me decidí por un corte en A en azul clásico sin ningún tipo de pedrería más allá de los sencillos brillantes que llevaba de zarcillos.
La boda se celebró en una hermosa casona antigua que fungía en parte como centro histórico de Port Angeles y en parte como salón de eventos. La boda se celebró en una especie de mausoleo o capilla que quedaba al aire libre a un costado del jardín. Carlisle sería quien entregara a Alice y no pudo elegir a una persona mejor; pues él transmitió ese aire de paternal orgullo cuando posó su delicada mano en la de Jasper, quien la recibió tan emocionado que vi cómo se limpiaba una que otra lágrima traidora y delatora. Primero: cuando Charlotte caminó por la alfombra central arrojando pétalos de distintas flores a su paso y la segunda: cuando mi amiga entró del brazo del patriarca Cullen.
Ambos novios eligieron solo un padrino y madrina los cuales seríamos Edward y yo, así que ambos estuvimos a cada lado de ellos y les ayudamos en los momentos propicios. Pero sería en el momento en que ellos intercambian anillos cuando nuestras miradas se engancharon desde distintos lugares en aquella especie de altar y deseé saber con exactitud lo que estaba pasando por su cabeza. No podía decidir si lo que veía era un fuerte anhelo y si por otro lado esperaba que lo sacara de aquel lugar en donde estaba en el centro de atención, tendría que esperar a que la ceremonia finalizara hasta preguntárselo.
Y cuando los novios sellaron su unión con un tierno beso, no pude contener más mis lágrimas de emoción por ambos. Le felicitamos cada uno de los presentes y luego tuvimos que pasar al salón para el banquete. Una formación de largos mesones dispuestos en U dentro del magnífico salón nos dio la bienvenida a cada uno con nuestros lugares debidamente señalados, así que ubicar a la escasa treintena de invitados fue mucho más fácil de lo que se esperaba. Edward se encontraba a mi mano derecha y Esme a la izquierda, Carlisle al lado de ella y la pareja de Rosalie con Emmett estaban justo al otro lado junto a los Hale. Por cierto, ya sabía de donde había sacado Rosalie su belleza y Jasper su caballerosidad, el par de mediana edad eran cuando menos llamativos, sin embargo eran un poco fríos, o al menos esa había sido la primera impresión que me habían dado.
—Estás muy callada. —comentó Edward mientras la entrada hacía su aparición.
—Me he permitido observa cada detalle de todo esto. —me excusé. —La planeación le llevó meses a Alice, y no quería perderme algún detalle que se esforzó por crear.
—Pensé que estabas triste. —replicó— Te he visto llorar hacia el final de la ceremonia.
Le sonreí con dulzura. Mi ángel despistado.
—No eran lágrimas de tristeza, sino de emoción. He visto a ese par por cosas duras y me encanta que hayan tenido su final de cuentos de hada.
—Supongo. —añadió encogiéndose de hombros. —Aunque esos finales casi nunca incluyen una hija.
—Porque este cuento lo escribieron ellos incluso con los eventos inesperados que tuvieron en el camino. Todos hacemos eso. —comenté mientras tomaba un trago de mi sauvignon blanc.
—Incluso nosotros. —aseveró.
—En especial nosotros, amor.
—¿Y nuestro final feliz, Bella? ¿Cómo termina nuestra historia? —me preguntó con una profundidad apabullante.
Tuve que pensármelo por un momento. Habíamos llegado tan lejos desde que todo había empezado, era cierto, y aunque estábamos en un punto tan cómodo que daba miedo el empujar más lejos por si algo podía romperse, lo cierto es que dar un paso más al frente de nuestra relación no me aterrorizaba como antes. Sin embargo no quería que fuese algo forzado desde afuera, cuando se trataba de nuestra relación; quería que cada decisión tomada fuese por nosotros y nada más.
—Nuestro cuento termina con nosotros estando juntos y siendo muy, muy, muy viejos. —respondí con dulzura. —El cómo llegaremos a ello lo estamos descubriendo capítulo a capítulo. ¿Y tú qué opinas, ángel?
Fue su turno de analizarlo, y cuando habló con una seguridad pasmosa:
—Yo creo que estamos listos para dar un paso más.
Puse mi mano sobre la que sostenía su cuchillo e hice la promesa más grande que había hecho hasta ahora:
—Ten la seguridad de que cuando decidas cuál será, estaré justo a tu lado con un sí en los labios. Deposité un beso en sus labios sellando mi promesa como mejor sabía: dejando que Edward sintiera que hablaba con total honestidad.
Y es que Edward en sí era mi final de cuentos sin el príncipe y tantas ridiculeces. Llegar hasta aquí nos costó a ambos unas buenas dosis de dolor, pero no podía quejarme ¿Cómo podría hacerlo mientras seguía encontrando tanta devoción en su mirada después de todo este tiempo?
*-*-*-*-*


Una cena espectacular, múltiples conversaciones y un delicioso pastel después, Edward y yo bailábamos bajo las tenues luces en la pista de baile. La banda presente interpretaba Look after you de The Fray y su letra me estaba sacudiendo por dentro. Era eso o las cinco copas de vino que llevaba hasta ahora comenzaban a hacer estragos en mis emociones.
—¿Estás llorando? —preguntó curioso alejándome un poco para verme mejor.
Me encogí de hombros antes de responderle:
—Algunos creen que las mujeres tenemos todo el derecho del mundo a ser unas lloronas en las bodas. —justifiqué de manera patética mi proceder. Él asintió aceptando como ciertas mis palabras y rectifiqué: —Es solo una broma, ángel. Es solo que me gustó mucho la canción.
—Nos identifica en algo: solo tú puedes calmarme cuando todo gira demasiado rápido. Y desde hace ya un buen tiempo que pienso que la palabra hogar solo tiene sentido si estás involucrada.
Lo atraje hasta mis labios porque las palabras salían sobrando; además de que dudaba que fuera capaz de decir algo más que Yo también te amo. Y Edward se merecía algo mucho mejor que eso pero estaba demasiado abrumada por todo, que solo fui capaz de responderle con mi cuerpo.
Se separó un poco de mí, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y extraño una simple bolsita de seda en color azul marino y unas letras grabadas en plateado que no alcancé a leer. Le miré confundida.
Dejó que el contenido se deslizara hasta su mano y lo dejó ante mi atónita vista: un precioso diamante en forma de corazón brilló en contraste con la penumbra y las luces del lugar.
—Quería dártelo antes de que la boda empezara porque sabía que combinaría con tu vestido, pero no tuve la oportunidad de hacerlo porque ustedes llegaron muy tarde. —juro que su tono había cambiado de uno avergonzado en menos de un segundo. Luego sonó inseguro. —Aunque dártelo ahora tiene un significado diferente al propósito con que lo compré.
—Y… ¿Cuál se…sería ese?
—Sería el de pedirte que me dejes cuidarte como hasta ahora lo has venido haciendo conmigo. Que me permitas el privilegio de hacerte más mía, si eso es posible. Me gustaría que fueses mi esposa, Isabella Marie Swan.
Tomando en serio las palabras que le había dicho hacía quien sabe cuánto tiempo en medio de la celebración del amor de nuestros mejores amigos, le respondí:
—Tu esposa y todo lo que quieras a partir de allí. —acepté colocando mi mano a un costado de su rostro. —aseguró la cadena en mi cuello y luego depositó en corto y sentido beso en mis labios.
—Te amo. —volvió a pegarse a mi cuerpo para continuar bailando, como si quisiera evitar ser el centro de atención.
—Yo más. —completé y seguimos bailando por un rato antes de que le preguntara algo: —¿Por qué una cadena?
—No eres como todo el mundo, Bella —explicó encogiéndose de hombros. —. Y cuando trabajes en el centro con todos esos chicos, necesitas tener tus manos despejadas, no con una joya que podría estorbarte. Además, si alguno de ellos te pregunta sobre él, siempre podrás contarle nuestra historia para que ellos sepan que también tienen la esperanza de conseguir su final feliz, aunque las personas como nosotros nunca aparezcamos en los libros de cuentos.

Entonces, parados en medio de una pista de baile de una boda que no era la de nosotros supe que lucharía cada día porque cada adulto, cada niño, cada chico que fuese como Edward tuviera la oportunidad de sentirse aceptado y amado por todo lo que era sin importar cuán peculiar fuera. Porque ¿Quién no querría tener un ángel en su vida? 




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¡Hola, mis chicas! No lo pude evitar: ¡Se viene prólogo!
No tienen ni idea de lo duro que ha sido sacar este capítulo. Era como si de alguna manera una parte de mí no pudiera dejar ir esta historia. Esperen que me disculpen el día (ya casi dos) que tengo de retraso.
Quisiera agradecerle a cada chica leal que se mantuvo preguntando por esta historia, a las que esperaron pacientes en silencio y a las que siempre recordaron al fic con tanto cariño en las distintas páginas del fandom. Quisiera poder agradecerles en persona, pero al ser imposible les haré llegar un prólogo.
P.D: Disculpen a las que esperaban un final con matrimonio y con niños, pero el Ángel merecía más que un final tan obvio.

Se les quiere.
Marie. C. Mateo